Capítulos del I a V

Capítulo I hasta el V

Julius entendió que era una encerrona, que la página del diario rota y las puertas melladas no eran más que otra pista falsa. Salió del apartamento con la sensación de que le habían mentido hasta los cimientos. Ser policía no era fácil, ser un bombero apagando fuegos con la lengua le pareció infinitamente cruel y decidió que la desaparición de Marta era un problema menor. No pensaba creer lo que había dejado escrito. Enviaría a analizar las cuatro gotas de sangre sobre el papel. Recordó que de pequeño dibujaba con zumo de limón; y que se veía con fuego y que se había quemado la casa. Volvió el cadáver achicharrado en la puerta de su vecino Hamilton Grover. Escuchó un estallido. El revólver cayendo y el plato de judías estampándose contra el suelo, hecho añicos.
-¿Piensas estar por mucho tiempo así?
Ralph indagó en su mente cuánto sería para su mujer mucho tiempo. El zumo se había secado y encendió una vela. El pergamino estaba escrito en hebreo y los versos eran lo suficientemente explícitos.
En la caña de El Espanto del Viento
tejida con suave hilo dorado
sereno será el instante
que deje un poso de azul
-La mató un monstruo, ¿papi? -Ralph se sobresaltó al oír la voz chillona de Amanda.
-No, cariño.
-¿Qué es eso de 'azul'?
Amanda asomó la carita sobre el papel añejo.
-¿Quieres una copa de vino?
-Deja a papá, cielo, está estudiando.
La arrastró de un brazo. Siempre le había fascinado lo deprisa que había seguido a su padre en todo. Amanda era jardinera, pero eso no le impedía comprender que no había que cortarle un dedo a nadie y que ese 'alguien'' debía tomarse el desayuno.
-Tu muñeca. Sin dedo -le entregó la muñeca de goma y con pelo.
-Mañana es el cumpleaños de Claudia.
-Me alegro. Así dejarás de perseguir a tu padre.
-Me voy al invernadero
-Pequeña Petunia... nunca, nunca -dijo Amanda, apuntándola con el índice, agachándose hasta la estatura de la niña- contradigas a tu madre. Baja a desayunar y después te enseño a cultivar los tulipanes.
El doctor... El doctor había sido claro; no debían tocar los circuitos y tendría que estar acompañada durante toda la semana.
"¿Y si saltan chispas?", preguntó la inquieta ama de casa.
-Electrocútela; su esposo es bombero, ¿o no?
-Mi esposo es... -Aquí se detuvo, se tocó los labios, suspiró y miró a través del enorme ventanal.
-No debe usted dudar, en cualquier caso. Todo a su debido tiempo, señora, hágame usted caso.
Caso, caso. El caso era recoger todas las pruebas y estudiarlas. Ralph no se sentía con fuerzas. Julius... Con Julius era diferente.
Julius era decidido: esa parte de él que se atrevía a enfrentar los problemas, a encontrar soluciones. El policía infiltrado que pensaba en cómo salir de la trampa. Esas eran todas las inquisiciones que tendría que solucionar poco a poco.
Tenía las cuatro gotas de sangre en la cama y ningún ADN, nisiquiera el de la mujer desaparecida. Alegremente alguno de sus compañeros lo convirtieron en un asesinato, aunque no había pruebas de que estuviese muerta.. La desaparición de Marta, el apartamento deshecho a toda prisa, limpio, sin muebles, con las maletas sobre la moqueta junto al recipiente para los paraguas de diseño, rumbo a ese viaje que dejó sin concluir ¿por..? Ralph  y Julius divagabna y se levantabna a partes iguales. Sofía no dejaba el auricular y no podía pensar correctamente. Desenchufó el cable. La chica le miró con sus lindos ojos verdiazules y le insinuó un pálido 'por qué'. Nadie discutía con Julius Ralph Lawrence y su mirada asesina.
Lawrence. ¡Ah, Lawrence! ¡Su maravilloso Lawrence de Arabia! Su tercer nombre y apellido. De los Lawrence de Massachusetts y de los O'Brien de España de ascendencia escocesa.
-Escoge salir el sábado o hablar por teléfono hasta que revientes.
-No me hables así, capullo.
-No le hables así a tu padre. -Amanda siempre estaba al atisbo de conversaciones ajenas. Su hija de quince años y su teléfono de tres mil euros con forma de gamba gigante no iban a ser menos.
-Bombero igual a capullo. -Se levantó del suelo. El hueco en la pared, sin su camisa de cuadros, se resintió bastante en su color rosa asalmonado.-Eso es lo que digo en el caso de papá. ¿Y cuándo vamos a deshacernos de esa?
-Niña de acogida, cariño.
-De esa niña de acogida . -Nunca sabía qué contestar cuando su madre se ponía así de categórica. -Dile a papá que se vaya a apagar un incendio.
-Esta de vacaciones.
-Pues que pasee a nuestro perro.
-No tenemos perro -contestó Ralph desde la butaca. Carlota se acercó hasta su padre. Los nombres compuestos acompañaban la terrible maldición de la familia: sufrían de distintas personalidades; de lo grotesco a lo costumbrista, mezclado todo ello con una buena dosis de surrealismo postconceptual y de la vena vanguardista y artística de su tía Meredith. En el caso de Carlota había sido adquirido.
Sofía Carlota se apuntaló junto a la chimenea sin pestañear, cruzó las piernas -cortas y delgadas enfundadas en sus skinny-, alargó los brazos para recoger toda la melena en una coleta y preguntó algo habitual:
-¿Encontraste al fiambre o tenemos que seguir en los bajos fondos por tu culpa? -Amanda ya estaba cuidando de sus rododendros.
La pequeña Amanda sufrió un cortocircuito. Se quedó tiesa en el pasillo, con la cara mimetizada entre la duda y la melancolía, con la vista opacada. Carlota se acercó a la niña con el gato en los brazos, el gato de peluche que le había regalado tía Meredith.
-¿Lo ves, papá? Ya ha vuelto a quedarse en coma.
Su padre la observó desde el asiento y no dijo nada. Dejó el pergamino hebreo, dejó de dilucidar si las gotas de sangre eran justamente tres -o cuatro-.

-Con desenchufar los archivos es suficiente. -Tiró del cable. El vestido se agitó por detrás, lo mismo que la pequeña Amanda. Amanda emitió un gruñido, parpadeó varias veces y saludó a Carlota, le dio un beso a papi cuando este devolvió el cable a su sitio, pegó un salto y siguió caminando hacia la cocina por el amplio corredor que llegaba hasta las habitaciones de la parte trasera de la casa. Carlota se animó a encender un cigarrillo, poniéndose el gato debajo del brazo.
-No fumes.
-¿Y qué hago? No puedo hablar por teléfono, me has confiscado el móvil, el ordenador está fuera de onda y la wifi no conecta sin máquinas. Ah, y  Ah, y no puedo salir hasta el... -. Levantó la barbilla y miró al techo, intentando rememorar si todas esas alocuciones iban juntas y hasta cuándo estaría secuestrada en la mansión.
-Vienes conmigo.
-¿En serio? -A Carlota le relucieron los ojos y una amplia sonrisa dejó ver sus dientes separados en el centro.
-Sí. Necesito que alguien compruebe que no nos persiguen Los Trepanadores.
-¿Los trepanaqué?
-Trepanadores, cariño; y Afilacerebros. -Amanda estaba pasando la aspiradora, y el zumbido se escuchaba desde el piso de arriba. Ralph se encogió de hombros, abrió la puerta, dejó pasar primero a Carlota, cerró con llave y le dio dos vueltas. Se quedó parado sobre el felpudo-. De esos tenemos que cuidarnos.
Carlota metió las manos en los bolsilllos, un par de escalones abajo. Miró fijamente a su padre para ver si bromeaba.
-Bromeas ¿verdad, papa? Sé lo de Marta, sé que lo de ser bombero es una tapadera y no tengo ni idea de que implica el papi...
Ralph la interrumpió:
-Piensa dejar ese desván impoluto. Todos los tratos fuera. Lo malo es que se lleva tu computador.
-¡El de cuando era pequeña! Eso si que no... Pienso... No -farfulló y se peleó con Ralph, intentando pasar sobre el felpudo.
-Vamos, hija. Te explicaré dos cosas.
La carita mortecina de Carlota le siguió con interés; su cuerpo casi iba por otro sitio; sus pensamientos estaban fijos en la niña electrónica.
-Nada de chillidos o correr. Se asustan.
-¿Que ellos se asustan? ¿Con ese nombre? Creo que prefiero ir al instituto.
Subieron al auto gris descolorido de Ralph.
Puso la llave en el contacto, encendió el motor, arrancó con suavidad; Carlota puso la música un poco alta y miró por la ventanilla. Robert Piszli acababa de dejar a a su novia en la puerta de su casa.
-¿Y dónde encontramos a esos deshollinadores y que tienen que ver con nosotros?
Julius Ralph Lawrence conducía tranquilo. El tráfico era fluido, el paisaje le gustaba y pronto tendrían otra pista.
-No tienen que ver. Nada. Todavía.
Carlota observó el perfil de su padre, la nariz pequeña y redonda, los pómulos altos, la mandíbula cuadrada, las cejas anchas y curvadas, los labios serios y fríos.
-¿Fríos?.
-Ajá -contestó Carlota. Sé que los Afiladores tienen los labios fríos -rosa muy pálido-, y los... ¿Cómo era, papá?
-Trepanadores.
-Te dejaron un buen agujero.
-Sí, un buen agujero.
Casi estaban llegando al edificio. Era grande, inmenso, obtuso, cuadriculado, con múltiples pasadizos y pasillos y vericuetos y trampas y oficiales vestidos de policía -.Eso lo imaginó Carlota, porque la base secreta de los Ralph del mundo no era diferente a todas las otras. Pensó por un momento en Robert Piszli, en sus ojazos azules, su sonrisa aviesa y su aspecto extraño y atractivo. El pelo negro, largo hasta los hombros.
-Llamada de mamá -Carlota perdió la mirada soñadora, quitó el codo del borde de la ventanilla cerrada y el puño de debajo del borde derecho de la barbilla redonda y pequeña. Toda la cara de Carlota era redonda y pequeña. Toda ella era redonda y pequeña. Debajo de la camisa de Julius había una agujero enorme, del tamaño de un puño, Amanda había dejado limpio el desván, la pequeña Amanda Petunia estaba jugando con el perro de los Piszli y se quedaría una semana, entera.
-Nos salvamos de milagro, pero mira todo lo que nos queda por hacer, cariño. No funciona la lavadora y los mandos de la cocina están estropeados. -Carlota miró a su padre. Ralph conducía con la vista fija en la carretera-. El televisor emite rayas infrarrojas.
-¿La incluímos?
Aún no. Devuélveme el móvil.
-Grace, querida. Encárgate de todo eso, que tenemos problemas.
-Problemas de cuales. Dile a Carlota que desconecte el manos libres.
-Carlota -dijo con seriedad extrema Julius Ralph-, desconecta el manos libres.
Carlota lo hizo con reticencia, aunque ya estaban en calles poco transitadas, cerca de la urbanización de casas bajas de Grovestrop. De vuelta a casa.
-Tu dijiste... -protestó Carlota.

                                                                        ***


Julius se acercó a la alfombra, examinó las hojas, encontró aquel 'papiro' atornillado a la puerta. Marta era demasiado conocida.
Marta Candy Lawrence O'Brien.
-¿Y bien, sargento? -el oficial estaba a escasos milímetros de Ralph y a unos cuantos metros de Julius. Julius llevaba tiempo buscando a Marta. No esperaba encontrar sólo unas maletas, pese a que el interior le proporcionó la pista sobre dos objetos muy importante. Marta llevaba tiempo planeando ese viaje. La beca Erasmus, unos cuantos meses para perfeccionar el idioma y seguir el curso en la Academia de Bellas Artes del Royalty College. Cuando llegó a recogerla no había nadie. El pequeño apartamento en el que había vivido los últimos meses, en Barcelona, estaba vacío, como si hubiesen robado hasta el último trasto: Habían arrancado cables, agujereado sillones y butacas, desprendido las lámparas; los edredones estaban deshechos a mordiscos. En esa ciudad nada era normal, lo normal había pasado a mejor vida con la llegada de Los Trepanadores. Julius temió por su hija, Julius buscó entre lo poco que quedaba en las habitaciones sin romper, removiendo en los cajones; movilizó a todo el departamento de Policía: ¿Por qué? Se preguntaba millones de veces al día por qué sus maletas brillaban junto a la puerta: dos pequeñas maletas con ruedas, firmadas por Delacroix, un regalo caro de un amigo que le estaba tendiendo una mano. Pensó en cómo explicarle a Carlota quiénes eran los Afiladores, y se extrañó de visualizar con exactitud de qué modo le habían hecho ese mortecino agujero, pese a haber perdido la consciencia, horas después despertó, cuando la sangre cicatrizó y comprendió que ningún médico corriente solucionaría el problema. Leyó el diario. Se quedó con el trozo de piel y el tornillo. "Querido papá: Las clases me aburren, pienso que jamás debí decantarme por estudiar arte, alfarería, cerámica, ilustración digital y fotografía; la escultura es la menos importante de todas. Dejo las maletas, me voy a París..." Pura palabrería, que ni tan siquiera le parecía relevante excepto que estaba transcrita a la perfección, copiada casi por completo en su blog. Todos podían leerlo. Leer que el cretino de Julius Ralph Lawrence no sabía cuidar de su hija. Amanda estaría enfadada, su hija decepcionada; y luego llegó Amanda Petunia y nadie supo dónde colocarla en medio de la casa. Amanda se la llevaba al invernadero. Aprendía deprisa, incluso a leer en hebreo, a trasplantar bulbos, a leer códigos de la sede central a través del smartphone de Sofía Carlota.
“Electrocútela”. Bien, pues eso había hecho, un par de veces, hasta que se quedó varada en el pasillo como una ballena en la orilla del mar. Había resultado útiles los dos cables sueltos.
-¿Es la sangre de mi hermana? -preguntó Sofía.
-No. Lo han comprobado en laboratorio.
-¿Y de quién es? - Carlota cogió su mochila y se la colgó de un hombro, convencida de que iría a la escuela. Julius tenía otros planes.

Julius abrió la furgoneta -el utilitario iba camino del centro comercial con su mujer de conductora y sus cuatro mejores amigas de pasajeros- y se metió dentro. Aprovechó la mirada inquisitiva de la chica para contarle que Marta no estaba desaparecida y que se marchaban a El Espanto del Viento.
-Yo no voy -protestó Carlota.
Julius se giró en el asiento. La barba de dos días y las sombras azuladas en los párpados inferiores le daban aspecto de cansado.
-Te he explicado unas cuantos detalles. Vendrán a por ti también -dijo, cogiéndole una mano entre las suyas.
Estaba serio. El rictus complicado de  su cara y el aspecto de su boca asustaron a Sofía.
-¿Que hacemos con Petunia?
-Dejarla con los vecinos.
-Se ha quedado en casa -adujo Carlota en su defensa. Abrió la puerta y caminó hacia la estructura de dos plantas y desván triangular.
Julius sacó la cabeza por la ventana de la furgoneta gris brillante.
-Cariño, déjalo, va sola. La he programada para... -miró el reloj-, para exactamente...
Amanda Petunia abrió la puerta, cruzó el césped, saludó a su hermana y se internó en el sendero que llegada hasta la vivienda de los Piszli. Carlota se dio la vuelta entre enfadada y dudosa.
-Y a ella no la atacan.
-No, a ella no y a ti sí.
Se abrochó el cinturón.
-Pickup, papá.
-¿Qué? -Julius giró la cabeza en dirección a la voz de Sofía. El asfalto rechinó bajo las ruedas.
-Papá, cuidado.
-Ya sé lo que es una pick-up. Nuestra camioneta no es una pickup- . Julius volvió la vista hacia el frente, ajustó las manos sobre el volante, con esa forma característica y suave, tal y como lo hacía todo, tranquilo, relajado y comedido, incluso aunque fuesen a 130 por autopista. -Era roja-.Se ajustó el cinturón. No entiendo porqué te empeñas en decir tonterías. No viene a cuento. Ya hemos discutido sobre si es una pickup, una camioneta o una furgoneta roja reluciente un millar de veces. Escúchame bien, Sofía: nadie tiene que encontrar a Marta.
-¿Sabes dónde está?
-¿No te lo figuras?
Sofía observó la cara de Ralph.
-¡Tía Meredith!
-Es posible, sí. Baja la maldita música. Necesito pensar -.Unos cuantos momentos de silencio rebasaron con creces cincuenta kilómetros de franjas blancas, indicadores y el paso por peaje-... no está hecho sin un propósito.
-Si está en casa de tía Meredith, está a salvo.
Cuándo llegaron, Mer pintaba uno de sus cuadros en la galería. El sol entraba a bocanadas por la ventana abierta. Un poco diferente al clima de Madrid, sobre todo en esas fechas, un enero tardío que le había fastidiado los óleos con la humedad. En esa zona no era habitual que el invierno f fuese frío y lluvioso; había llovido, los colores estaban estropeados, tendría que trabajar esperando a que se secara la pintura en cada uno. Abrió el libro en el que estaba trabajando, un libro que contenía información sobre Mengtinton Town. Marta le entregó un pedazo.
-Nos vamos Mer.
-Trataré de despertar a ese oso blanco que es tu tío.


-¿Cómo sabias que estaba en mi maleta?
-Porque sino no la hubieses dejado a la vista de todos.
-¿Falta mucho, papá? Estoy mareada.-- dijo Carlota--Voy a abrir la ventanilla.
-No abras nada -Julius sujetó la mano blanca y pequeña-. ¿Tienes el teléfono de Robert?
-¿Es que también piensas implicarlo?
-Puede. No se te da bien hacerte la escandalizada y la escurridiza.Te gusta ese chico desde el principio.

-Papá... Vete a la mierda -dijo Carlota. Una ráfaga de viento le revolvió el cabello rubio y tortuoso. Los labios se le estiraron en la cara cuando oyó desde el manos libres la voz de su madre. Julius Ralph Lawrence entró en estado de confusión y la camioneta roja terminó colina abajo, junto a un árbol perfecto y armonioso; quieta y cilíndrica (en realidad, totalmente abollada).
A Ralph le dolió el agujero y a Sofía el chichón en la cabeza. El coche era un zurullo combado y arrugado. -Camioneta, cariño. Pickup.
-¿Dónde estamos?
Carlota seguía atontada y todos los ingenios de su padre no resolvían la dirección en la que se movían sus ojos.
Delante había una cantidad enorme de campo , verde y espeso , un par de árboles y el poco tráfico en la carretera, a un kilómetro escaso -después de salir por la ventanilla derecha, dados la vuelta y después de soltarse los cinturones con mucho cuidado-.
-Hubiese resistido mejor los envites la furgoneta gris metálico; la señorita quería una pickup inglesa, una pickup perrito caliente que ahora no sirve para nada.
-No protestes y escucha- Carlota frunció el ceño. Atisbó entre los árboles que crecían ladera abajo, cerca de un arroyo, a unos cientos de metros.
-Añoro una vaca entre los verdes prados -.Su padre se hundió en una curvatura extraña, Sofía Carlota preguntó si le dolía mucho y Ralph contestó que miserablemente.
-Y duele aún todavía mucho cuanto cerca están los Afiladores.
-Estás horrorizándome, papá, y no porque no uses palabras que se entiendan. ¿Se acercan? ¿Qué hacemos?
-Ocultarnos. Tú entre los árboles y yo en el arroyo. Aún tengo que explicarte algunos detalles. Central. Envíen un coche patrulla. ¡Y yo que coño sé en qué kilómetro nos encontramos! Cerca de Madrid. No es difícil encontrar uno de los putos pocos prados verdes brillantes que que quedan por aquí, sin vacas y con árboles donde termina una pequeña pendiente de-. Cortaron la llamada. Ralph se sentó en una piedra.
-¿Vienen?
Carlota le dirigió a Ralph una mirada entre desesperanzada y compasiva y se sentó en la hierba. El corte en la frente no era profundo; en unas horas tendría unos cuantos moratones esparcidos por el cuerpo. Lo que le fastidiaba era pedirle a su padre el móvil para llamar a.
-Puedes usarlo, puedes usarlo. Con total tranquilidad. Pero yo esperaría a que tengamos un vehículo.
Carlota enarcó las cejas.
-Sí, exacto, si está en casa le dices que venga a toda prisa- Tienes unas ideas brillantes.
-Ya se te había ocurrido. No entiendo qué pinta Robert Piszli en nuestros asuntos familiares pregunto Carlota, durmiéndose a ratos.
-Aires nuevos y frescos y buenas aptitudes-. Ralph se pasó la mano por el pelo. Central, olvídense de nosotros; les digo que... No me hacen caso, cariño -Ralph estiró los brazos con cansancio, con el móvil estirado sobre las rodillas, elegante y blanco -. Recojan el cadáver de mi coche y listo. No necesitamos nada. No, asistencia médica tampoco.
-¿Has cortado?
-Del todo. Anda, llama a ese Robert, en media hora se lleva al cine a la pegajosa de su novia.
-Papi, eres un amor. ¿El Espanto del Viento queda muy lejos? - dos ráfagas de aire culebrearon en direcciones opuestas.
-No mucho.¿Contesta?
-Salta el buzón de voz. Robert Piszli. Espera... Rob. Soy Sofía, Sofía Dunsley. Tienes que venir hasta -.Carlota miró a su padre.
-Dile que use el localizador -.Carlota se enzarzó con una estructura pálida y compungida.
-No entiendo.
-Da igual. Dile eso y está aquí en...- dirgió la vista a las agujitas del reloj en su muñeca izquierda-. En media hora.
-Que traiga a mamá, ¿no?
-Mamá se asusta con los Afiladores.
-Sabe lo de Los Trepanadores.
Un poco.
Julius cambió de postura sobre la piedra.Se acercaron a lo que quebaba de coche. El sol calentaba, pero hacía frío y todo lo que quedaba de su aventura eran trozos de metal apretujados y lujuriosos.
-Me desmoronas la mente. Yo creo que deberían amedrentarse de tu vocabulario y marcharse a toda prisa; ¿de que sección dices que son?
-Aún no te he dicho nada.
-¿Cómo vais a sacarme de aquí? -inquirió Marta-. Creo que tengo algo roto.






Capítulo II
Amanda se alejaba sobre la hierba, el pelo revoloteaba, la falda de su vestido amarillo se abría con la brisa. Amanda llegó hasta la puerta grande de la casa de los Piszli. Amanda era muy inteligente, pero sólo tenía cinco años.
-¿Soy tonta, mamá? -Amanda preguntaba cosas extrañas.
Día de Navidad. Papá nunca compra pavo, han llegado los deshollinadores, Dios nos salve”.
-¿Dios? No seas cretina.
-¡Deja mi diario! -Sofía Carlota le arrebató su diario de notas a su medio hermana Marta Candy Lawrence.
-Sofía Carlota Dunsley -le sacó la lengua y le quitó el diario-, tú tienes la culpa de todo.
-Sal de mi cuarto -. El cuerpo delgado y esbelto de Candy no se movió ni un milímetro de encima de la enorme cama de Sofía.
-Si le falta un dosel -rió Candy a carcajadas, dándose la vuelta con el libro abierto entre las manos-. Vamos a ver, 25 de
-Dame eso -Sofía se avalanzó sobre su hermana de nuevo. Candy huyó a la habitación de enfrente y cerró de un portazo.
Carlota Sofía se encogió de hombros. No era importante; nada de lo que se podía leer en su diario. Volvió a su habitación, cogió un jersey, salió, cruzando el largo pasillo y abandonó la casa.
Dos años antes
Ralph cruzó los brazos. -se le pasaría.3,2,1...dfalta informacion ver el orot borrador
Su preciosa Amanda era curiosa por naturaleza, algo cotilla y muy, muy maleducada con Ralph.
Los orígenes de la familia Lawrence se remontan hasta la antigua Inglaterra, invadida por normandos y bretones; por un tío húngaro al que todos desconocen.
-¿Y la maldición? -preguntó Carlota.
Julius le había enseñado a leer, a hablar y la había visto dar sus primeros pasos. No tenía ninguna destreza con la bicicleta y se rompió dos brazos. 'Habrá que amputar' .Julius a veces deliraba, fruto de la genética y del virus exótico que le había infectado en su último viaje iniciático.
-¿Iniciático de qué?
-Iniciático de todo, cariño.
-Quiero leer -Sofía Carlota se fue a su habitación y Julius se quedó con esos pensamientos monocordes que le desordenaban el cerebro. Ralph le habló con su vocecita extraña, Lawrence se sintió extravagante y los tres juntos se tiraron por las ventana del ático. Resultado: luxación de los tobillos. Los mofletes de Amanda estaban como un tomate.
Ralph besó los labios suaves y la agarró por la cintura, le soltó el pelo de aquel moño retorcido e hicieron el amor sobre la encimera de la cocina. El gato blanco y negro se limitó a observar el vaivén mientras hurgaba con la pata en la lata de sardinas.
-No de-be-rí-as -ha-ber -de- jadoo
-Querida, cállate, mi amor.
Llegó el clímax. Llegó la mañana y Amanda (con un sólo nombre y una extraña personalidad) se despertó abrazada a su marido. Fue la primera vez que oyó hablar de Los Trepanadores. ¿Ellos te hicieron eso, cariño?
-No -Julius parecía enfadado. Amanda pensó bien si debía volver a preguntar.
-Lo lógico sería qué y no los.
-Lo sé, querida-. Ralph la abrazó con fuerza. Sin duda quería a su esposa. Era bonita y elegante.
-Ralph, los pantalones.
-Sí, querida -Ralph dio media vuelta en calzoncillos, con calcetines y zapatos.
-Te quiero- le dio un beso y se puso los pantalones.
-Veo por donde van los tiros. Ralph, querido.
-¿Sí, princesa?
Ralph estaba dispuesto a marcharse, Julius ya se estaba ajustando la corbata frente al espejo circular.
-No deberías llevar tapado el agujero.
-No podrás abrazarme y te pondrás triste y te encogerás y te morirás -dijo Lawrence con un tono estremecedor, con los ojos fijos en su Amanda.
Amanda lo ignoró todo por completo.
-Cielo, cuando vuelvas te quitaré ese vendaje. Y quiero que me cuentes cada detalle.
-Sí, querida -Julius Lawrence salió del cuarto, cruzó el largo y amplio pasillo y salió por la puerta de la cocina.
-Espero que no haga tonterías -dijo en voz alta Amanda. Entró en el cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha y se metió dentro. Se enjabonó y surgió empapada oliendo a cereza.
Sofía Carlota iba camino del colegio en el autobús y Marta estaba preparando los exámenes en la biblioteca. Hacía un día soleado y espléndido. Amanda salió a pasear. Se encontró a Margaret, su perro Tony y su sobrino Ralph. Ralph le pegó una patada en la espinilla. La dulce Amanda le recriminó duramente y el niño se echó a llorar; a Margaret aquello le pareció excesivo; el perro se puso nervioso. Margaret pellizcó el brazo de su vecina; como resultado de todo aquello no volvieron a hablarse en los siguientes siete años.
En Grovestrop el vecindario era bastante particular; nada ni nadie tan fuera de lo común como los Lawrence, con aquella niña semiadoptada, un gato desnudo y un desván triangular. Todas las casas tenían setos recortados y jardín, o ,al menos, césped de un verde resplandeciente y una frescura infinita-; si había algún lugar en la Tierra en el que se respirara tanta frescura ese lugar era, sin duda, Grovestrop. Amanda tenía un jardín enorme y un invernadero. En el invernadero de Amanda también había hortalizas.
¡Mamá! -protestó Carlota -.Berenjenas asadas. Odio las cochinas, jodidas berenjenas asadas-. Carlota palideció sobre la silla. El silencio de Amanda se podía cortar en las paredes. Abrió una alacena de madera de abedul.
-Tu tartera especial. Y no protestes.
Nadie sabe hasta el día de hoy que había en esa tartera.
-¿Y cuándo vuelve papá? -preguntó Marta.
-Pronto, hija.
-Sé lo de
l agujero – refunfuñó Carlota.
Vosotras no sabéis nada – aseveró Amanda. Se quitó el mandilón, la cofia blanca y los guantes para el horno. Amanda era algo gordita. Sofía Carlota había salido a su padre.
Llegaron Los Trepanadores, se lo llevaron y le hicieron aquel horrible y odioso agujero, doloroso agujero, imaginó Sofía Carlota. A Marta Candy se le escurrió una lágrima y Carlota se sonó los mocos.
-Papá es gilipollas-dijo .
Dos años antes


Capítulo III
-Papá es gilipollas.
un año antes
El día era frío. Amanda encendió la calefacción después de ventilar la casa diez minutos justos. Estaban en diciembre y se acercaban las Navidades. Alguien escucho que se acercaban a la ciudad unos tipos un tanto extraños, que llevaban carta blanca para quedarse con los bancos y por tanto el dinero de sus clientes, pero nada de eso era cierto, pero sí lo era que, en la ciudad natal de Amanda, estaban pasando cosas extrañas. La gente desaparecía y volvía a aparecer en sitios insospechados con pequeños agujeros en los brazos o en la nuca. Llegaron Los Trepanadores. Se apropiaron de los bancos y las cajas de ahorro, desplazando de los bancos a los afiladores (nadie supo dónde se habría metido). Carlota lloraba en una esquina del salón, con las manos tapándole la cara pequeña y redonda de una adolescente. Los ojos verdiazules se abrieron y Carlota observó a la niña que le tendía una mano. Pensó en darle una patada. Carlota Sofía estaba muy enfadada. Robert Piszli había decidido que Sam García era mucho mejor: más guapa, más alta y más lista.
-¿Qué quieres? -Carlota se limpio las lágrimas con al manga. Acostumbraba a sentarse en el suelo en cualquier rincón, incluso aquel primer día que fumó marihuana en casa de David.
-Esta es Amanda Petunia.
-¿Y a mí que me importa? - Se sacudió algo del trasero, se alejó hacia la cocina y se hizo un sandwich de mantequilla de cacahuete con lechuga.
-Llora por un chico, ¿sabes? -susurró Candy al oído de Petunia-. Nada de lo que le digas hará que se sienta mejor, aunque se le pasa en seguida. Dame la mano.
La pequeña le dio la mano a su nueva hermana mayor. Nadie comprendió que los Lawrence aceptaran los cambios con tanta rapidez, para los Lawrence era algo de corriente. Una niña de corriente alterna, corriente continua.
-Deja de pensar en diodos y en cables, que no sabes de qué está hecha.
Sofía Carlota se dio la vuelta con su bocadillo de pan de molde.
-Papá es gilipollas.
-¿Por qué lo dices, cariño? -Amanda se puso el delantal para preparar los tres platos de la cena.
-No tengo porque contarte mis cosas.
-Tus cosas -dijo su madre- son todas esas que no sé y que tienen que ver con Robert Piszli, al que le metiste mano en el coche de papá, en el garaje, el jueves 15 a las diez y veintidós.
A Sofía Carlota le reventaba que su madre lo supiera todo, o casi; era una cotilla redomada, una estirada y a ratos una histérica ( cuando le daba por hurgar en el jardín de los Piszli para encontrar la pulsera que había enterrado su hija esa noche).
-Y no creas que no te entiendo, porque yo perseguí a tu padre durante años. Creo que fue una carrera sin medida. Y no es que una mujer no pueda perseguir al hombre de sus sueños, resulta, simplemente, que 'el hombre de tus sueños', cariño, no existe.
-¿No? -Carlota trató de comprender de qué diantres le hablaba su madre sin mucho interés.
Apareció en escena Candy con la muñeca robótica de la mano.
A Sofía Carlota le gustaba la pequeña Amanda, solamente tenía las hormonas revolucionadas y la cabeza llena de ostensible porquería.
-Vienes conmigo -dijo Candy-. Mamá, nos vamos a un spa. Cuida de Petunia. Sigue todas las indicaciones. Papá llega el fin de semana.
Se llevó su coche. Julius no tardó en llegar- unas horas ( eso le pareció a Amanda, enfrascada en aprender todos los detalles del cuidado de su hija nueva)-.
-¡Ya estoy en casa, cariño!
Ralph dejó tirada la gabardina, escurrió el paraguas en el pasillo y lo dejó en el paragüero. Recuperó la compostura en cuanto entró en el salón. 

-Julius, no me gusta que te vayas tantos días.
-Ni a mí, ni a mí... -refunfuñó- . ¿Qué tal con la pequeña Violeta?
-Petunia. Se le coge afecto en seguida. Aprende deprisa y es tranquila, tal y como nos dijo Mathews Rufus.
-El doctor Rufus. Vale.
-Petunia. Se le coge afecto en seguida. Aprende deprisa y es tranquila. Las niñas se han ido a un spa. 
-¿Papá?
Amanda se acercó desde la puerta corredera. Se encaramó a las rodillas de Ralph y se quedó quieta. sentada sobre el pantalón caro de papá.
-¿Te has enterado de lo que está pasando en Barcelona, cielo?
Julius la miró algo confuso. Su mujer llegó a la conclusión de que los cursos de reciclaje del cuerpo de bomberos eran agotadores para Raplh.
-Tendré la cena en cinco minutos.
-¿Papá?
-¿Qué, Petunia? -Bisbiseó entre dientes un Violeta tenue y melancólico y luego sonrió- . ¡A cenar!
La levantó como a una pluma y llegaron volando hasta la cocina.
-Coles de bruselas, lasaña y sopa de calabazaaaaa -esto lo pronunció con toda la alegría del mundo.
Y la sentó en una silla.


-¿Qué es un spa?
-Un sitio para relajarse, mojarse
 y beber mojitos.
-¿Qué es etimológicamente un spa?
A Sofía Carlota le flipaba la forrma de conducir de su hermana.
-Te has saltado dos rádares.
-No pasa nada, amigos de toda la vida; ya sabes que cerca de la escuela está el cuartel de tráfico; Nico es guardia civil.
-Genial, un sombrero de tres picos en la familia. ¿Me dices qué es eso?
-Salus per aquam, del latín. Salud a través del agua.
-Gracias. -Sofía Carlota enfrascó la vista en la carretera. Mientras, en la casa de los Lawrence, Julius cenaba con su familia y se comentaban ciertos asuntos que tenían que ver con tíos raros salidos de quién sabe donde, que habían centralizado todos los bancos.
-¿Campus de Banka? -Julius negó con la cabeza-. No me suena bien.
-No es asunto tuyo, querido. Amanda no sabía que Ralph no era únicamente bombero, porque lo de ser bombero había pasado a mejor vida hacía años -aunque no había desaparecido la central y le servía de tapadera con su familia-. Sofía se enteró de qué hacía Julius por casualidad. -¡Qué dejéis al fiambre sobre la alfombra, coño! No, no toquéis ni las migajas. Quiero a ese cabronazo tullido delante de mi mesa en media hora.
-Lo que tú quieres y lo que es posible son incongruentes -le dijo una voz en su cabeza. Nadie sabía que estaba dejándose la piel por encontrar a los Afiladores.
-Trepanadores, cariño. Los llaman Trepanadores. El agujero en tu vida física es inmenso, tan grande como una hipoteca.
-Y no hay modo de echarlos, dicen.
Amanda se enzarzó en cortar el filete de
la pequeña Amanda.
-Algo es algo -dijo julius. Que media ciudad entre en pánico por unos cuantos banqueros que se llevan la pasta y la cambian de sitio. La gente no sabe nada, pensó. Cuantas veces soñaba que estaba en un campo, que no estaba metido en un lodazal, entre esa mierda inmunda. Pero luego llegó ese agujero, y lo cambió todo. Julius dejó de ser Ralph tantas veces. Amanda comenzó a comprender que pasaba algo raro, los vecinos seguían con su vida ordinaria, pero Robert Piszli no, Robert Piszli nunca. Era de noche cuando se lo dijo, estaba oscuro como boca de lobo en el callejón, donde tiraban la basura. Robert Piszli se apoyó en la pared con aire famélico y calibró bien todas y cada una de sus palabras.

-Un mes más y habrán terminado con todos.
Yo no me lo creí. Yo Julius Ralph Lawrence. Entré en la policía por casualidad. Recordé el cuerpo achicharrado de Hamilton demasiadas veces, pero era lo que había. Robert Piszli olía a perro mojado..
-Tengo esto para ti.
-Estoy trabajando en un caso, chico, ¿cómo crees...? Y Amanda. Pensó en su mujer y en sus hijas. Eso fue hace dos semanas. Justo antes del agujero. Se extendían como una red. Los del banco eran papel mojado, nada que ver con la catástrofe que traían consigo esos bichos. De hecho, no tardaron mucho en llevar a todos los banqueros a los Altos Tribunales de la Ley Internacional de la Unión Euroamericana. Carlota y Candy pararon en una gasolinera. Carlota se acercó hasta los lavabos a mear. Leyó las ordenanzas. Limpio. No tirar papeles. Respetar los horarios de limpieza. Lavarse las manos antes de salir. No ensuciar: algo así debió leer en un cartel sobre la puerta y en el interior, justo frente al lavabo. "A la izquierda, chica", le había dicho amablemente el tipo de la gasolinera cuando ella rodeó el edificio por el lado equivocada.


-Venga papá, toma.- Sofía se sentó junto a su padre. En cinco minutos descendió de un pequeño coche negro Robert Piszli.


-No seas insensata, cielo. Todo lo que que te pido es que te quedes en casa. Vamos a recuperar a Marta.
-¿Y cómo sabes que nuestra niña está viva? Sabe lo de esos.
-Lo de estos. Sí, aunque no es el caso.
-¿Y que tiene que ver El Espanto del Viento?- Amanda se quit
ó los guantes,dejó la maceta y se giró en la dirección de Julius,quedando ambos de frente. Amanda está tan cerca que Julius percibe el olor a flores de su pelo.
-
No tengo localizado El Espanto del Viento -dice escuetamente Julius-. Te has fijado en lo bien que se adaptan los Piszly.
-Yo creo –argumenta Amanda, abriendo al puerta de
l invernadero –que todos se adaptan genial a Grovestrop las primeras tres semanas.¿Te acuerdas, de aquellos…¿Cómo se llamaban –el esfuerzo por recordar crea profundas arrugas en la frente de Amanda.
-¿Los Denton?
-No, querido.
-¿Los Arniton?
-No,querido. Me refiero a los que se marcharon por la invasión de mosquitos.
-Los Piszli.
-¿Los Piszli? 
-Si,querida, hace dos semanas.
-¿Y han vuelto? Humm, que interesante –sopesa pensativa. Ya en la cocina, prepara té para los dos y se sientan en cuanto pita la tetera.
-Cariño,a veces no te entiendo,no pueden ser losPiszli. Los Piszli llevan aquí desde.
-Hace dos semanas -argumenta Julius. No quiere recordarle a su mujer sus lapsus de memoria.
-Pues no sé nada,y tengo que llevarles un postre. ¡Dios mío! ¿Dos  semanas? -exclama Amanda, con un punto de histerismo en la voz, se coloca el mandilón a toda prisa.V oy a hacerles una tarta y se la llevo.
-Ya les llevaste una -observa Julius lacónicamente, apoyado en la puerta de la nevera.
-Julius,querido, voy a enchufar a Amanda, que la he dejado en DORMIR demasiadas horas y luego tiene somnolencia.
Julius se quedó solo en la cocina.
Caítulo IV
Es verdad que los Piszli llegaron hace dos semanas. Las casas vacías no abundan en Grovestrop, las familias extrañas,digamos que un poco. Los Piszli son una pareja agradable, unos años menores que Julius y Amanda, tienen un hijo que se llama Robert,una perrrita, una pitón, una tarántula y una hermana mayor y un abuelo que sigue viviendo en Toronto, de donde ha venido toda la familia restante. Alisia y Robert Piszli comparten algunas inquietudes con el vecindario, realizan las rondas nocturnas y dejan correctamente colocado fuera el bidón de la basura. El servicio de recogida pasa por delante de la casa de los Piszli justamente a las once, el chico de los periódicos justamente a las 8, y Alisia sale con su batín de verano de estilo oriental y le da los buenos días agitando la mano, a Julius, mientras él la observa desde la ventana. Es una costumbre. Casi está seguro de que también lo hace los días en que no está. Alisia tiene el pelo largo, ondulado y naranja, Robert Piszli es un chico adorable para Sofía Carlota en la primera fiesta de su cumpleaños celebrada con los nuevos vecinos.
y todo eso. Y Obdulia los deja. Yo creo que los Psiszli se preguntan si es un cachondeo, porque no se quedan nada impresionados; y no lo es, un cachondeo, quiero decir, porque las historias que ha acumulado el pueblo en estos siglos son todas encantadoramente fabulosas y ciertas: Hijos desaparecidos,catástrofes atmosféricas, caza de brujas.... tanto que nos preguntamos por qué se ha vuelto tan apacible y si volverán los tiempos escabrosos, de tan calmado que se ha vuelto. Veo a mi Sofía Carlota entablando conversación con Robert Piszli -Sam y ese vestido rosa pálido tan encantador han resuelto mi problema-; no quiere decir que no quiero que mi hija tenga trato con Piszli, pero si se trata de que tenga novio...  cuando acabe de cumplir 25 años… Los Piszli, para resumir,s son una pareja encantador,a: él es tan alto que tiene que agacharse al entrar (todas las puertas son de metro noventa, Robert Piszli mide 1, 94) 
-¿Descuartizador de qué? -me pregunta Robert.
De conejos muertos, por supuesto, muchachito. Tendrás que hablarme de Toronto, no entiendo que os a traído hasta aquí, chico.
-Unos destripadores –Robert Piszli se sirve ponche.
-¡Fantasma!
-¡Irene! – Saludo efusivamente a mi vecina del 24-b con ático doble, con un abrazo tremendo, dos besos en las mejillas.
-Creí que estarías de servicio.
-Creí que estabas en Disneylandia.
-¡Y lo estaba, cielo, pero hay que volver! –dice con ese timbre suyo tan especial y cantarín,y reaprieta la mejilla, cosa que Julius odia. Julius nunca sabe si ha conseguido engañar también a los vecinos o conocen que hace doblete con los de antiincendios. Unos destripadores –Robert Piszli se sirve ponche. Irene pone al día a Julius de lo que se cuece por el vecindario en el minuto dos, además de revertir de forma magistral la conversación hacia los trepanadores, afiladores, destripadores.
-No coincido, Irene –digo- ; y, sobre lo de fantasma … ¿Es fantasear haber capturado a los cacos y hacer doblete?
Irene sonríe.
-En una película no- coge un trozo de bizcocho con la punta de los dedos y se sirve agua-. En una película uno escoge ser un pers personaje, trabaja de verdad sobre los diálogos, indaga dentro de sí mismo para conocerse ¿Haces tú todo eso? – La dulce Irene ha terminado el pedazo esponjoso- ¿Lo ves? No me mires así. Amanda va a pensar que tú y yo…
-Sí –dice Julius-, que ‘tú y yo’. Irene, tenemos graves problemas con la economía.
-A mí no me importa, vivmos en un paraíso fiscal. –Sin más ni más se da la vuelta, deja
el vaso de plástico en la mesa y yo la pierdo de vista.
¿Por qué introduje en todo esto a la familia?
Punto 1. Ellos me incluyeron.
Punto 2. Es la única manera de que estén protegidos. Y un último punto: necesitamos la Extrella de Mentingtom que pensábamos que teníamos pero no tenemos.
-Julius, querido- a Amanda le encantan las fiestas maravvillosas, y esta lo es. 
Y un último punto: necesitamos la Extrella de Mentingtom Twon.
-Julius, querido- a Amanda le encantan las fiestas maravvillosas, esta es una fiesta maravillosa y su expresión es resplandeciente-, tengo que aprender a hacer tarta de plátano con fresas-. Amanda abraza a Lawrence como una adolescente; el vestidorojo marca sus curvas contundentes y alguna lorza. Julius la abraza con mimo y, cuando Amanda se deshace del abrazo , Julius mira entre los vecinos como Amanda regresa en dirección a la cocina . Lleva puestos los zapatos que le regaló.
esta maravillosa y su expresión es resplandeciente-, tengo que aprender a hacer tarta de plátano con fresas-. Amanda abraza a Lawrence como una adolescente; el vestidorojo marca sus curvas contundentes y alguna lorza. Julius la abraza con mimo y, cuando Amanda se deshace del abrazo , Julius mira entre los vecinos como Amanda regresa en dirección al office . Lleva puestas los zapatos que le regaló.
Capítulo V
Julius sabe que el distrito 14 es peligroso. Su aspecto es taciturno, grisáceo e impasible. No va a encontrar nada y el peligro es creciente. Le llueven mariposas en el estómago. En realidad está calado hasta los huesos. Oye ulular un pájaro.
Sin ton ni son, como suceden las cosas últimamente, es apresado y hundido en un foso de mierda. Aterido de frío y mojado, mira a su alrededor, y las manos embadurnadas de azul atadas a la silla. El tipo se acerca con su… con su… no puede decirlo; a Julius no le cabe o no le sale. Intenta un plan para salir con vida. Los hay de tipo B, de tipo A y de tipo C; también los clasifican según el grupo sanguíneo. 
El pelo naranja de Julius está erizado, como si fuese un gato; los ojos están desmesuradamente abiertos, atisbando la mancha que se acerca. Será tremendamente doloroso, pero la tristeza será más y más y más profunda que la mierda esa de color azul que le han embadurnado por el cuerpo. Y no sabe dónde está su ropa.
Se despierta en un contenedor con el pecho húmedo. Todavía llueve, pero le han quitado del cuerpo casi toda la sangre -probablemente ahora sea de ese azul asqueroso- ; sigue oliendo mal y ese horrendo maloliente agujero del tamaño de un puño grande por ancho y profundo. Se cuentan por miles los muertos en todas las ciudades del planeta. En Grovestrop y otros vecindarios similares la vida transcurre sin sobresaltos.
-¿Papá? -Carlota saca a su padre de su ensimismamiento. Están cerca del túnel, cerca de El Espanto del Viento donde conocerán a una sacerdotisa de Julius qu e puede curar a Carlota y a él msmo.
-
Bien. No se puede cerrar-. La mujer observa el agujero-. Nunca he visto t o tal cosa. Parte del pulmón se ha volatilizado. Y mira aquí, pequeña.
Carlota observa como las venas, arterias, alveolos, bronquios, todo cuanto forma parte del pulmón derecho tiene modificada su estructura, adaptándose al boquete, lo rodea, afinando un diminuto pozo, a todas luces bastante doloroso para papá.
-¡Joder! Se cierra con la luz.
Ariadna se mueve despacio.
-Hay algo que puedo hacer, aunque va a dolerte mucho, Julius.
-Tú ven aquí jovencita. Cogió unas gafas de cristales especiales para ver algo como aquello.
-Carlota recuestate en el sofá.
-Para que. Yo no estoy enferma tan solo me atacaron, pero se me pasó el coma.
-Sí, o lo que fuera.- comentó entre dientes Ariadna.
El Espantp del Viento es una colmena de traficantes, borrachos, violadores, navajeros y ladrones. Claro que Carlota piensa que esas cosas que ha visto se las reserva en un cuarto oscuro. Al salir de la habitación, al fondo del amplio corredor no olvida el cuarto rosa chicle, la mecedora de metal forjado y el diván en el que a papá le ha sacado dos o tres injertos.
-Papá, ¿estás mejor?
-Aún no, cariño- contesta Julius por el corredor. De camino al coche Carlota tiene que sostenerlo por el lado bueno-. No sé si hemos hech bien.
-Se ha cerrado, ¿no?
-Sí -concede Julius-. Debe tener 180 ó 200 años. ¿Tienes las llaves?
-En el bolso.
-Vas a tener que hacer un puente.
-voy a recuperlo. Ahora vuelvo. Y tu no te muevas- increpó a su padre.



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