Capítulo
VI
–
Sacadme de aquí! Soy
claustrofóbica, ¿verdad? Papá, díselo.
Se
apartan un poco.
–
Cariño no es claust… como se
diga, pero es verdad que necesitamos sacarla lo antes posible.
¿cuánto tiempo queda para que llegue Robert Piszli.
–
Ahí está, papá.
Desciende
del coche un chico sonriente.
Se
acerca hasta la camioneta pick-up.
–
Hola. ¿Qué hay con la niña
caprichosa y teatrera? Vamos a tener que injertarte en el cerebro.
¿Y si la dejamos aquí? – dijo soltando una gran carcajada.
¿Y si la dejamos aquí? – dijo soltando una gran carcajada.
–
Está bien. Robert, tú intenta
deshacer por este…
–
No había que deshacer nada.
Carlota
yacía en el césped dormida.
–
Vamos Piszli.
Robert
deshizo el metal como si fuera un cubo de rubik. La estructura
impresa en el coche era la de Sófía, así que la sacaron
fácilmente.
–
Es un perro mojado. ¡¡Papá!!
Cómo puedes hablar con un perro mojado, se comería a mi familia,
seguro que han venido por eso.
–
Cállate, Marta Candy. ¿Crees
que tu padre haría algo que os pusiese en peligro?
–
Si me sacas ya lo comprenderé;
pero el chucho mojado no me gusta.
–
Debería dejarte en el coche
–dice Piszli cogiéndola como un fardo, decidido a dejar de
escuchar su elocuencia.
Se
marcharon pensando en Carlota, ahora despierta en el asiento de
atrás. Lo más peligroso sería llegar a Govestrop sin ser heridos
de nuevo.
–
Hola, Tom.
–
¡Julius, amigo!
Los
dos se abrazaron con golpes y aspavientos. El cuñado de Ralph – y
marido de Meredith.
—
No le contaste lo que pasó la
otra noche, hace un par de meses, Mer.
–
Sí, algo me contó Meredith
sobre cómo marchan los acontecimientos. Hay un montón de gente
,Julius, expiando las llamadas, los email, blogs, páginas agregadas
a favoritos.
Nada
les hizo creer en lo que estaba pasando ya que nadie lo había visto.
La mujer de Julius partió hasta Barcelona por ver lo que sabían sus
amigos y familiares y su sorpresa fue mayúscula.
–
¿Qué pasó? – le preguntó
Ralph.
–
No debería contártelo, te irás
por la noche y es muy peligroso, créeme, aunque pertenezcamos aquí,
y teniendo en cuenta los otros pueblos libres de las amenazas, sino
nos movemos todo será para nada.
–
Y por qué no entran en
Govestrop. Ya sé lo que dice el vecindario, que odian el olor de las
flores, las plantas y las comidas caseras. Menos mal que nadie los ha
visto antes que nosotros, porque el pánico sería generalizado.
Julius
permanecía pensativo mirando a Carlota.
–
Fue la última noche – terció
Robert.
–
Cuando nos atacaron, cierto, pero
no hay una herida de sangre. Lo cierto es que a cada ocasión duerme
más.
–
Y Ariadna que te ha dicho. ¿Y yo
que sé? – contestó Ralph, le puso una cataplasma en el agujero
de…
–
Cariño no me digas que se va
amorir nuestra Carlota.
–
No cariño, pero neceitamos saber
qué es.
–Y
Ariadna no sabe nada –dijo Tom.
–
Sí, cuñado, la cataplasma (papá
oso tenía problemas de memoria, así que tenían que contarle todo
un par de veces o tres).
–
Lo importante dijo Meredith es
que estamos a salvo. En Barcelona había algún destripador y ya
visteis la otra noche como se las gastan.
–
Pero esto es algo más que una
anécdota. Tendré que hablar con Ariadna.
–
Vuelves a El Espanto del Viento.
–
No, querida. Cada vez es
distinto. Digamos que, para concretar, Ariadna conoce los mundos
múltiples.
–
¿Los qué? – preguntó Amanda
sin entender nada.Yo sólo sé lo que le hicieron a nuestra hija esa
noche, para evitar que llegásemos a casa – opinó Amanda.
–
Pero no nos atacan aquí, ¿por
qué? –preguntó el joven Piszli.
–
Ni siquiera sé quien son
–aseguró Julius. Siempre llevaban una capucha, cuando no eran tan
rápidos que casi no los veías –. Cuando sepa algo más te lo
contaré, ya no es momento de ocultar cosas.
–
Bien. Quiero que cada uno se vaya
a la ducha y se enjabone bien. Yo lo haré el último. ¿Robert?
Robert se había marchado corriendo.
–
Perros mojados, hmmmm – meditó
Julius.
–
¿Y ahora que nos toca hacer? –
dice robert, que ha tenido que ducharse a la fuerza.
–
No fue tan malo el baño y ahora
hueles a cereza, como mi mujer.
–
De noche es asqueroso, ¿no podía
ponérmelo por la mañana?
--Sí,
hueles un poco raro.
--qué
hacemos con Carlota, se ha vuelto a dormir y cada vez duerme más
horas y parece que podría quedarse así, como una princesa.
–
A ver –dice Piszli. Dices que
Ariadna ya hizo algo. ¿Te explicó algo más?
–
Sólo me dijo –sopesó Julius
–que es probable que se quede un tiempo como en coma y que en el
agujerito en la sien hay un… Qué asco.
—
Dios mío Ralph, vamos a dormir,
estamos todos agotados desde el día de la pelea –opinó Amanda.
Mañana hablamos todos más despejados y menos asustados.
—
Está bien querida –contestó
Lawrence.
—
Yo me quedo –dijo Piszli, si
pasa algo yo estaré aquí el primero.
—
Haremos los turnos partidos –dijo
Ralph, despiértame en cuanto tengas sueño. Es un hecho maravilloso
que controles un don que generalmente depende de los malos
sentimientos, que tú no tienes… ¿Cuántas horas necesitas dormir?
–
Podemos estar sin dormir varios
días, así que descansad tranquilos.
–
Una cosa más dijo Piszli,
enséñame ese agujero.
Julius
abre un cajón y saca una potente lupa con luz
–
Mira, Robert.
—
Se puede despertar, no la
asustes, no le cuentes nada, Ariadna me ha dicho que si le hablamos
se duerme antes.
Todos
se marcharon a dormir menos Robert Pizsli.
Pensaba
el chico en el agujero, un agujero de cristal que ahondaba en el
cerebro. Imaginó qué era y que podía hacerles algo más malos, así
que pensó en buscar a Ariadna, antes de que la humanidad se fuese al
carajo.
—
Julius, Julius. Mierda, va a
despertar a Amanda.
—
¿Qué? ¡Eh, estaba soñando…
¡Concreta!
—
Schhh, que no te oigan, poli de
tres al cuarto. Aquí huele mal y no soy yo, hoy no. Tienes que
quedarte aquí vigilando, estamos en las 3 de la madrugada, procuraré
encontrarla lo antes posible – dijo el joven Piszli.
—
Me dijo que ella contactaría con
vosotros – le explicó Robert a su hijo Robert.
–
Quiero hablar con ella ahora,
porque no me gusta nada ese agujero. Estáis jodidos, tú con ese
cráter en forma de embudo y Carlota a punto de morir.
A
Julius se le apretaron los párpados para no llorar.
–
Ariadna no me dijo nada, no creo
que… que pueda morir.
–
Pues lo está haciendo, cuando no
despierte más lo estará haciendo, poco a poco. Voy a buscar a
Ariadna. Y otra cosa, Marta está a salvo en mi casa, hasta que no
sepamos cuales son los límites de govestrop y porqué pasan de
nosotros.
—
¿Qué le vas a hacer a Carlota?
¿Sabes lo que haces joven Piszli?
—
Sí hace tiempo le pasó a mi
madre, tuvimos que sacárselo de inmediato, pero Carlota... No noté
lo que llevaba.
—
Aunque pueda morir haz algo con
mi Carlota o se morirá en unas horas. Recuerdas lo qué te dijo. Qué
era, y cómo.
–
Sí. Pasó antes de venir de
Toronto. Pensábamos en quedarnos en Grovestrop cogiendo las cosas
esenciales para empezar una nueva vida. Mis padre tenían esto.
Robert
saco del bolsillo de su cazadora un trozo de libro.
—
Tú y yo tenemos que hablar.
Venga, yo me encargo de encontrar a Ariadna, y tú haz lo que puedas
con nuestra Carlota.
—
Julius no sé si será…
—
Bueno. No lo sé, sólo sé que
se muere de algo que desconozco. Para que sirven los médicos ahora,
con estos bichos pululando. Intentan ayudar a más gente, pero al
final los matan, Piszli. La gente no está dispuesta para morir y a
toda costa quieren conseguir uno de esos relojes de arena.
–
Hombre, si no corriera, peligro
te traería a mi psiquiatra. Venga, voy a ello. Te vas en cuanto se
lo saque.
Carlota,
dormida en el sofá, empezó a chapurrear palabras. Piszli escuchó
algo dentro del oído de Carlota que estaba a punto de penetrar en la
glándula pineal. “Qué coño, se muere y no podemos hacer nada”.
De
pronto una explosión dentro de la chimenea los dejó aturdidos.
—
Joder, Julius, ¿no te dije que
no la metieses en esto?
–
Ya sé que tienes un olfato muy
fino, me ha prometido hacerlo todos los días por fuerza o sin ella
para curarla. El sueño es un paliativo del dolor.
Ariadna
se hizo pasó en el salón, caminando alrededor, lanzando la capa con
una y otra vuelta.
–
Vamos a ver. He escuchado,
Piszli, que oyes ahí dentro.
–
Eso es, van a por la glándula
pineal, la parte más frágil de muchas personas. ¿Quieres hacérme
el honor Piszli?
—
Yo lo saco.
–
Vamos Robert Piszli. Desde aquí
advertiré a tu padre de que venga.
—
Julius, ven un momento. Tú hija
va a morir o no –dijo Ariadna a un somnoliento Ralph Lawrence.
—
A no ser que el joven Piszli
pueda sacarle esa cosa brillante. Yo sólo la vi una vez y es esta.
He intentado recavar información de dónde he podido verla antes
pero es inútil.
–-
Yo lo sé- afirmó Piszli.
Carlota
estaba durmiendo en el sofá desde hacía rato.
—
Ten mucho cuidado para que no se
despierte, cuando tú consigas sacárselo yo le aplicaré lo que
traigo en el bolso, hay que poner otra cosa en su lugar para que no
prolifere la infección, ya que aun no está enferma, sólo
infectada.
Robert
Pizsli se acercó a Carlota sofía. Abrió las garras, pero así no
tenía comodidad así que las hizo desaparecer. Bien, tendrá que ser
con los dedos. No miréis advirtió. Los dos siguieron mirando.
—
Dame la lupa, Julius. Bien, ahora
veo ese conducto metalizado que hay en su oído. Ha sido un afilador.
–
Cómo lo sabes perro.
--Sé
muy bien lo que le hicieron a mi padre en Toronto. Sólo nosotros
podemos trabajar. Mi madre no sabe hacerlo y no quisimos preocuparla
sin motivo. Mi padre quedó débil. Ni siquiera controla lo de
transformarse de día o de noche.
Se
acercó a la joven. Ariadna le había dejado una pinza quirúrgica
de unos ocho centímetros. Había sangre así supo que el tímpano
estaba roto.
Robert
era rápido, lo que no tuvo en cuenta Ariadna.
—
Listo fuera, así puedes terminar
de curarla. ¿Dónde meto a este amiguito? Habla en baja frecuencia,
pero es como la conjunción de varias voces que terminan por estar
superpuestas.
El
implante era metálico. El chico se había dado cuenta durante el
ataque, la culebra de luz que hizo que brillará la cara de ese
engendro de afiladores.
–-
Ariadna se sentó en uno de los sillones.
–
Ven Robert, déjame hacer y yo
veré como puedo terminar tu trabajo. Tráeme un bote de cristal
grueso –dijo, agarrando fuerte las pinzas.
–
Este cabrón quiere escurrirse.
Cuántos secretos más tendrán.
—
Deprisa Piszli, al bote. Has
visto como se retuerce. ¿Has visto, Julius? – dijo mirando a la
bruja. Estaba dormido.
Ariadna
metió las pinzas en el bote con toda su rapidez no humana, dejando
al bicho metálico en el bote, el chico apretó la tapa del tarro.
—
¿Aguantará, Arianda?
—
Qué poca fe –dijo, agitando el
dedo en el aire como un torbellino. Con toda la gente a la que he
salvado.
–
Cierto. Bueno, yo necesito ir a
comer y me ducho, prometido. Es muy difícil mantenerse en la bañera
o en la ducha sin transformarse.
—
Tarda lo que quieras, Piszli. Ya
no corre peligro.
En
unos quince minutos bajó Robert. Se había dado una ducha y se había
secado bien.
–
Olemos mal por algo. Algún día
me lo dices, no hoy.
–
No hoy –. Tomó asiento en el
espacio que Carlota había dejado al encoger las piernas--. Voy a ver
su oído.
–
Yo no lo haría.
–
¿Por qué?
—Porque
si recibe luz en menos de seis horas los hijitos de esa cosa bajaran
por su oído, se meterán en sus ojos, haciendo lo que mejor saben,
dejarte ciego y desprotegido-- le informó Ariadna.
–
Vamos a dormir perrito.
–
Yo me quedo, sí.
—
No, ya te dije que aguantamos
horas sin dormir y somos peligrosos cuando estamos en transformación
o en fase de hacerlo. Si me quedo dormido siempre dejo un ojo
entreabierto y oigo a muchos metros de distancia.
Finalmente,
Robert piszli se quedó en el piso de abajo de la casa, vigilante y
Ariadna se marchó a dormir después de la jornada tan atareada que
habían tenido.
Capítulo
VII
Ese
día pasó sin grandes sobresaltos. La historia de la familia de
Julius estaba un poco más marcada
por
la maldición de lo que pensaban. Por la mañana, Piszli, había
comprobado que estaban a salvo, se había duchado auqnue no le
gustaba. Comprendió que ese olor no era agradable.
—
Julius, hijo, que haces todavía
aquí.
—
Ya he ido a ducharme, creo que
con eso no nos encontrarán.
—
Qué está pasando, Robert.
—
Todo está enrevesado, pero
conseguiremos información. Ariadna se ha ido.
—
Tenemos un vínculo, si alguien
quiere dañarme ella estará conmigo, aunque tenga que proyectar el
alma hacia mí durante horas.
—
Y lo hace con todos nosotros.
Escucharon
de pronto un ruido que venía de la cocina. Era por la mañana,
clareando el día.
—
Un tejón.
—
Los animales están afectados.
Ellos notan que pasa algo raro. Míralos, siempre pendientes de
nosotros.
Tuvieron
que echar al animalito. Cerraron la ventana que había quedado
abierta toda la noche.
—
Soy un perro, pero no me culpes a
mi solo del despiste.
Carlota
salió de la cama y bajó con un bonito mono para dormir.
—
¿Robert? ¿Papá , que hace
Robert en nuestra casa!– exclamó, mirando a cada lado, a su padre
y a Robert Piszli.
—
¿No recuerdas lo que pasó ayer,
hija?
—
No, qué pasó-- . Volvió a
dormirse apoyada en la mesa de cocina. La acostaron en el sofá y la
taparon con una mantita fina y suave.
Fueron
saliendo cada uno de sus habitaciones.
—
¿Cómo se encuentran asesinos?--
dijo Tom por buenos días.
Meredith
le contestó con su fresca forma de pensar , igual que sus cuadros.
—
Ha vuelto a olvidarse --le dijo a
su hermano--. Ven, Tom, te lo vuelvo a explicar.
—
Más o menos lo recuerdo Mer, se
quejó su marido. Se dieron un beso en los labios.
–
Aquí parece que tengas muchas
menos ratos de falta de memoria, es cierto. Lo que yo supuse.
—
En la cocina estaban todos
comiendo, incluido Robert Piszli, que hacía mucho que había perdido
la costumbre de chupar la sangre de la gente. Cierto que con la edad
y la ayuda de su padre se había convertido en un gran cazador; en
realidad no era licántropos, sino perros, como cualquier perro de
talla mediana, pero eran peligrosos por sus zarpas y sus dientes
afilados y por su rapidez en cambiar de posición en el ataque.
El
vecindario vivía sin sobresaltos. Nadie en la cocina, hablando del
asunto, entendía que secreto guardaba Govestrop y otras poblaciones
minúsculas, todas parecidas: enormes casas a los lado de una
carretera central y sus tipicas casas americanas.
Escucharon
un estallido en el salón y el pelo de Mer quedó como el estropajo.
Tenía cenizas en la cara.
—
Pero ¿qué estás haciendo,
querida?-- se preocupó Amanda, en camisón.
—
No creas que no sé que soy
bruja.
—
Bueno
sí y qué-- protestó Amanda.
—
Nada cielo, lo mismo pasa cuando
me convierto en oso, siempre me miras con extrañeza,
Robert
Pszli resentido por la muerte de sus padres en un accidente en la
carretera, tardó en regresar al grupo un par de días. Nadie sabía
nada de él, ni de su padre, no habían encontrado los cadáveres
yRobert insistía en que estaban vivos.
—
Creo que es su karma, Robert,
vuestro karma, tú lo estás cambiando ya,al menos el tuyo -- dijo
Ariadna. Ahora los has salvado metiéndote en el medio. No debes
protegerlos más. Yo sé que tu padre se siente inseguro, algo
tendremos que hacer para que se sienta bien. Instruye a su padre
sobre lo que debe de hacer para que el accidente no suceda.-- le
explicó Ariadna a Julius.
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