Capítulo I


Julius entendió que era una encerrona, que la página del diario rota y las puertas melladas no eran más que otra pista falsa. Salió del apartamento con la sensación de que le habían mentido hasta los cimientos. Ser policía no era fácil, ser un bombero apagando fuegos con la lengua le pareció infinitamente cruel y decidió que la desaparición de Marta era un problema menor. No pensaba creer lo que había dejado escrito. Enviaría a analizar las cuatro gotas de sangre sobre el papel. Recordó que de pequeño dibujaba con zumo de limón; y que se veía con fuego y que se había quemado la casa. Volvió el cadáver achicharrado en la puerta de su vecino Hamilton Grover. Escuchó un estallido. El revólver cayendo y el plato de judías estampándose contra el suelo, hecho añicos.
-¿Piensas estar por mucho tiempo así?
Ralph indagó en su mente cuánto sería para su mujer mucho tiempo. El zumo se había secado y encendió una vela. El pergamino estaba escrito en hebreo y los versos eran lo suficientemente explícitos.
En la caña de El Espanto del Viento
tejida con suave hilo dorado
sereno será el instante
que deje un poso de azul
-La mató un monstruo, ¿papi? -Ralph se sobresaltó al oír la voz chillona de Amanda.
-No, cariño.
-¿Qué es eso de 'azul'?
Amanda asomó la carita sobre el papel añejo.
-¿Quieres una copa de vino?
-Deja a papá, cielo, está estudiando.
La arrastró de un brazo. Siempre le había fascinado lo deprisa que había seguido a su padre en todo. Amanda era jardinera, pero eso no le impedía comprender que no había que cortarle un dedo a nadie y que ese 'alguien'' debía tomarse el desayuno.
-Tu muñeca. Sin dedo -le entregó la muñeca de goma y con pelo.
-Mañana es el cumpleaños de Claudia.
-Me alegro. Así dejarás de perseguir a tu padre.
-Me voy al invernadero
-Pequeña Petunia... nunca, nunca -dijo Amanda, apuntándola con el índice, agachándose hasta la estatura de la niña- contradigas a tu madre. Baja a desayunar y después te enseño a cultivar los tulipanes.
El doctor... El doctor había sido claro; no debían tocar los circuitos y tendría que estar acompañada durante toda la semana.
"¿Y si saltan chispas?", preguntó la inquieta ama de casa.
-Electrocútela; su esposo es bombero, ¿o no?
-Mi esposo es... -Aquí se detuvo, se tocó los labios, suspiró y miró a través del enorme ventanal.
-No debe usted dudar, en cualquier caso. Todo a su debido tiempo, señora, hágame usted caso.
Caso, caso. El caso era recoger todas las pruebas y estudiarlas. Ralph no se sentía con fuerzas. Julius... Con Julius era diferente.
Julius era decidido: esa parte de él que se atrevía a enfrentar los problemas, a encontrar soluciones. El policía infiltrado que pensaba en cómo salir de la trampa. Esas eran todas las inquisiciones que tendría que solucionar poco a poco.
Tenía las cuatro gotas de sangre en la cama y ningún ADN, nisiquiera el de la mujer desaparecida. Alegremente alguno de sus compañeros lo convirtieron en un asesinato, aunque no había pruebas de que estuviese muerta.. La desaparición de Marta, el apartamento deshecho a toda prisa, limpio, sin muebles, con las maletas sobre la moqueta junto al recipiente para los paraguas de diseño, rumbo a ese viaje que dejó sin concluir ¿por..? Ralph  y Julius divagabna y se levantabna a partes iguales. Sofía no dejaba el auricular y no podía pensar correctamente. Desenchufó el cable. La chica le miró con sus lindos ojos verdiazules y le insinuó un pálido 'por qué'. Nadie discutía con Julius Ralph y su mirada asesina.
Lawrence. ¡Ah, Lawrence! ¡Su maravilloso Lawrence de Arabia! Su tercer nombre y apellido. De los Lawrence de Massachusetts y de los O'Brien de España de ascendencia escocesa.
-Escoge salir el sábado o hablar por teléfono hasta que revientes.
-No me hables así, capullo.
-No le hables así a tu padre. -Amanda siempre estaba al atisbo de conversaciones ajenas. Su hija de quince años y su teléfono de tres mil euros con forma de gamba gigante no iban a ser menos.
-Bombero igual a capullo. -Se levantó del suelo. El hueco en la pared, sin su camisa de cuadros, se resintió bastante en su color rosa asalmonado.-Eso es lo que digo en el caso de papá. ¿Y cuándo vamos a deshacernos de esa?
-Niña de acogida, cariño.
-De esa niña de acogida . -Nunca sabía qué contestar cuando su madre se ponía así de categórica. -Dile a papá que se vaya a apagar un incendio.
-Esta de vacaciones.
-Pues que pasee a nuestro perro.
-No tenemos perro -contestó Ralph desde la butaca. Carlota se acercó hasta su padre. Los nombres compuestos acompañaban la terrible maldición de la familia: sufrían de distintas personalidades; de lo grotesco a lo costumbrista, mezclado todo ello con una buena dosis de surrealismo postconceptual y de la vena vanguardista y artística de su tía Meredith. En el caso de Carlota había sido adquirido
Sofía Carlota se apuntaló junto a la chimenea sin pestañear, cruzó las piernas -cortas y delgadas enfundadas en sus skinny-, alargó los brazos para recoger toda la melena en una coleta y preguntó algo habitual:
-¿Encontraste al fiambre o tenemos que seguir en los bajos fondos por tu culpa? -Amanda ya estaba cuidando de sus rododendros.
La pequeña Amanda sufrió un cortocircuito. Se quedó tiesa en el pasillo, con la cara mimetizada entre la duda y la melancolía, con la vista opacada. Carlota se acercó a la niña con el gato en los brazos, el gato de peluche que le había regalado tía Meredith.
-¿Lo ves, papá? Ya ha vuelto a quedarse en coma.
Su padre la observó desde el asiento y no dijo nada. Dejó el pergamino hebreo, dejó de dilucidar si las gotas de sangre eran justamente tres -o cuatro-.

-Con desenchufar los archivos es suficiente. -Tiró del cable. El vestido se agitó por detrás, lo mismo que la pequeña Amanda. Amanda emitió un gruñido, parpadeó varias veces y saludó a Carlota, le dio un beso a papi cuando este devolvió el cable a su sitio, pegó un salto y siguió caminando hacia la cocina por el amplio corredor que llegaba hasta las habitaciones de la parte trasera de la casa. Carlota se animó a encender un cigarrillo, poniéndose el gato debajo del brazo.
-No fumes.
-¿Y qué hago? No puedo hablar por teléfono, me has confiscado el móvil, el ordenador está fuera de onda y la wifi no conecta sin máquinas. Ah, y  Ah, y no puedo salir hasta el... -. Levantó la barbilla y miró al techo, intentando rememorar si todas esas alocuciones iban juntas y hasta cuándo estaría secuestrada en la mansión.
-Vienes conmigo.
-¿En serio? -A Carlota le relucieron los ojos y una amplia sonrisa dejó ver sus dientes separados en el centro.
-Sí. Necesito que alguien compruebe que no nos persiguen Los Trepanadores.
-¿Los trepanaqué?
-Trepanadores, cariño; y Afilacerebros. -Amanda estaba pasando la aspiradora, y el zumbido se escuchaba desde el piso de arriba. Ralph se encogió de hombros, abrió la puerta, dejó pasar primero a Carlota, cerró con llave y le dio dos vueltas. Se quedó parado sobre el felpudo-. De esos tenemos que cuidarnos.
Carlota metió las manos en los bolsilllos, un par de escalones abajo. Miró fijamente a su padre para ver si bromeaba.
-Bromeas ¿verdad, papa? Sé lo de Marta, sé que lo de ser bombero es una tapadera y no tengo ni idea de que implica el papi...
Ralph la interrumpió:
-Piensa dejar ese desván impoluto. Todos los tratos fuera. Lo malo es que se lleva tu computador.
-¡El de cuando era pequeña! Eso si que no... Pienso... No -farfulló y se peleó con Ralph, intentando pasar sobre el felpudo.
-Vamos, hija. Te explicaré dos cosas.
La carita mortecina de Carlota le siguió con interés; su cuerpo casi iba por otro sitio; sus pensamientos estaban fijos en la niña electrónica.
-Nada de chillidos o correr. Se asustan.
-¿Que ellos se asustan? ¿Con ese nombre? Creo que prefiero ir al instituto.
Subieron al auto gris descolorido de Ralph.
Puso la llave en el contacto, encendió el motor, arrancó con suavidad; Carlota puso la música un poco alta y miró por la ventanilla. Robert Piszli acababa de dejar a a su novia en la puerta de su casa.
-¿Y dónde encontramos a esos deshollinadores y que tienen que ver con nosotros?
Julius Ralph Lawrence conducía tranquilo. El tráfico era fluido, el paisaje le gustaba y pronto tendrían otra pista.
-No tienen que ver. Nada. Todavía.
Carlota observó el perfil de su padre,
la nariz pequeña y redonda, los pómulos altos, la mandíbula cuadrada, las cejas anchas y curvadas, los labios serios y fríos.
-
¿Fríos?.
-Ajá -contestó Carlota. Sé que los Afiladores tienen los labios fríos -rosa muy pálido-, y los... ¿Cómo era, papá?
-Trepanadores.
-Te dejaron un buen agujero.
-Sí, un buen agujero.
Casi estaban llegando al edificio. Era grande, inmenso, obtuso, cuadriculado, con múltiples pasadizos y pasillos y vericuetos y trampas y oficiales vestidos de policía -.Eso lo imaginó Carlota, porque la base secreta de los Ralph del mundo no era diferente a todas las otras. Pensó por un momento en Robert Piszli, en sus ojazos azules, su sonrisa aviesa y su aspecto extraño y atractivo. El pelo negro, largo hasta los hombros.
-Llamada de mamá -Carlota perdió la mirada soñadora, quitó el codo del borde de la ventanilla cerrada y el puño de debajo del borde derecho de la barbilla redonda y pequeña. Toda la cara de Carlota era redonda y pequeña. Toda ella era redonda y pequeña. Debajo de la camisa de Julius había una agujero enorme, del tamaño de un puño, Amanda había dejado limpio el desván, la pequeña Amanda Petunia estaba jugando con el perro de los Piszli y se quedaría una semana, entera.
-Nos salvamos de milagro, pero mira todo lo que nos queda por hacer, cariño. No funciona la lavadora y los mandos de la cocina están estropeados. -Carlota miró a su padre. Ralph conducía con la vista fija en la carretera-. El televisor emite rayas infrarrojas.
-¿La incluímos?
Aún no. Devuélveme el móvil.
-Grace, querida. Encárgate de todo eso, que tenemos problemas.
-Problemas de cuales. Dile a Carlota que desconecte el manos libres.
-Carlota -dijo con seriedad extrema Julius Ralph-, desconecta el manos libres.
Carlota lo hizo con reticencia, aunque ya estaban en calles poco transitadas, cerca de la urbanicación de casas bajas de Grovestrop. De vuelta a casa.
-Tu dijiste... -protestó Carlota.

                                                                        ***


Julius se acercó a la alfombra, examinó las hojas, encontró aquel 'papiro' atornillado a la puerta. Marta era demasiado conocida.
Marta Candy Lawrence O'Brien.
-¿Y bien, sargento? -el oficial estaba a escasos milímetros de Ralph y a unos cuantos metros de Julius. Julius llevaba tiempo buscando a Marta. No esperaba encontrar sólo unas maletas, pese a que el interior le proporcionó la pista sobre dos objetos muy importante. Marta llevaba tiempo planeando ese viaje. La beca Erasmus, unos cuantos meses para perfeccionar el idioma y seguir el curso en la Academia de Bellas Artes del Royalty College. Cuando llegó a recogerla no había nadie. El pequeño apartamento en el que había vivido los últimos meses, en Barcelona, estaba vacío, como si hubiesen robado hasta el último trasto: Habían arrancado cables, agujereado sillones y butacas, desprendido las lámparas; los edredones estaban deshechos a mordiscos. En esa ciudad nada era normal, lo normal había pasado a mejor vida con la llegada de Los Trepanadores. Julius temió por su hija, Julius buscó entre lo poco que quedaba en las habitaciones sin romper, removiendo en los cajones; movilizó a todo el departamento de Policía: ¿Por qué? Se preguntaba millones de veces al día por qué sus maletas brillaban junto a la puerta: dos pequeñas maletas con ruedas, firmadas por Delacroix, un regalo caro de un amigo que le estaba tendiendo una mano. Pensó en cómo explicarle a Carlota quiénes eran los Afiladores, y se extrañó de visualizar con exactitud de qué modo le habían hecho ese mortecino agujero, pese a haber perdido la consciencia, horas después despertó, cuando la sangre cicatrizó y comprendió que ningún médico corriente solucionaría el problema. Leyó el diario. Se quedó con el trozo de piel y el tornillo. "Querido papá: Las clases me aburren, pienso que jamás debí decantarme por estudiar arte, alfarería, cerámica, ilustración digital y fotografía; la escultura es la menos importante de todas. Dejo las maletas, me voy a París..." Pura palabrería, que ni tan siquiera le parecía relevante excepto que estaba transcrita a la perfección, copiada casi por completo en su blog. Todos podían leerlo. Leer que el cretino de Julius Ralph Lawrence no sabía cuidar de su hija. Amanda estaría enfadada, su hija decepcionada; y luego llegó Amanda Petunia y nadie supo dónde colocarla en medio de la casa. Amanda se la llevaba al invernadero. Aprendía deprisa, incluso a leer en hebreo, a trasplantar bulbos, a leer códigos de la sede central a través del smartphone de Sofía Carlota.
Electrocútela”. Bien, pues eso había hecho, un par de veces, hasta que se quedó varada en el pasillo como una ballena en la orilla del mar. Había resultado útiles los dos cables sueltos.
-¿Es la sangre de mi hermana? -preguntó Sofía.
-No. Lo han comprobado en laboratorio.
-¿Y de quién es? - Carlota cogió su mochila y se la colgó de un hombro, convencida de que iría a la escuela. Julius tenía otros planes.

Julius abrió la furgoneta -el utilitario iba camino del centro comercial con su mujer de conductora y sus cuatro mejores amigas de pasajeros- y se metió dentro. Aprovechó la mirada inquisitiva de la chica para contarle que Marta no estaba desaparecida y que se marchaban a El Espanto del Viento.
-Yo no voy -protestó Carlota.
Julius se giró en el asiento. La barba de dos días y las sombras azuladas en los párpados inferiores le daban aspecto de cansado.
-Te he explicado unas cuantos detalles. Vendrán a por ti también -dijo, cogiéndole una mano entre las suyas.
Estaba serio. El rictus complicado de  su cara y el aspecto de su boca asustaron a Sofía.
-¿Que hacemos con Petunia?
-Dejarla con los vecinos.
-Se ha quedado en casa -adujo Carlota en su defensa. Abrió la puerta y caminó hacia la estructura de dos plantas y desván triangular.
Julius sacó la cabeza por la ventana de la furgoneta gris brillante.
-Cariño, déjalo, va sola. La he programada para... -miró el reloj-, para exactamente...
Amanda Petunia abrió la puerta, cruzó el césped, saludó a su hermana y se internó en el sendero que llegada hasta la vivienda de los Piszli. Carlota se dio la vuelta entre enfadada y dudosa.
-Y a ella no la atacan.
-No, a ella no y a ti sí.
Se abrochó el cinturón.
-Pickup, papá.
-¿Qué? -Julius giró la cabeza en dirección a la voz de Sofía. El asfalto rechinó bajo las ruedas.
-Papá, cuidado.
-Ya sé lo que es una pick-up. Nuestra camioneta no es una pickup- . Julius volvió la vista hacia el frente, ajustó las manos sobre el volante, con esa forma característica y suave, tal y como lo hacía todo, tranquilo, relajado y comedido, incluso aunque fuesen a 130 por autopista. -Era roja-.Se ajustó el cinturón. No entiendo porqué te empeñas en decir tonterías. No viene a cuento. Ya hemos discutido sobre si es una pickup, una camioneta o una furgoneta roja reluciente un millar de veces. Escúchame bien, Sofía: nadie tiene que encontrar a Marta.
-¿Sabes dónde está?
-¿No te lo figuras?
Sofía observó la cara de Ralph.
-¡Tía Meredith!
-Es posible, sí. Baja la maldita música. Necesito pensar -.Unos cuantos momentos de silencio rebasaron con creces cincuenta kilómetros de franjas blancas, indicadores y el paso por peaje-... no está hecho sin un propósito.
-Si está en casa de tía Meredith, está a salvo.
Cuándo llegaron, Mer pintaba uno de sus cuadros en la galería. El sol entraba a bocanadas por la ventana abierta. Un poco diferente al clima de Madrid, sobre todo en esas fechas, un enero tardío que le había fastidiado los óleos con la humedad. En esa zona no era habitual que el invierno f fuese frío y lluvioso; había llovido, los colores estaban estropeados, tendría que trabajar esperando a que se secara la pintura en cada uno. Abrió el libro en el que estaba trabajando, un libro que contenía información sobre Mengtinton Town. Marta le entregó un pedazo.
-Nos vamos Mer.
-Trataré de despertar a ese oso blanco que es tu tío.

-¿Cómo sabias que estaba en mi maleta?
-Porque sino no la hubieses dejado a la vista de todos.
-¿Falta mucho, papá? Estoy mareada.-- dijo Carlota--Voy a abrir la ventanilla.
-No abras nada -
Julius sujetó la mano blanca y pequeña-. ¿Tienes el teléfono de Robert?
-¿Es que también piensas implicarlo?
-Puede. No se te da bien hacerte la escandalizada y la escurridiza.Te gusta ese chico
desde el principio.
-Papá... Vete a la mierda -dijo Carlota. Una ráfaga de viento le revolvió el cabello rubio y tortuoso. Los labios se le estiraron en la cara cuando oyó desde el manos libres la voz de su madre. Julius Ralph Lawrence entró en estado de confusión y la camioneta roja terminó colina abajo, junto a un árbol perfecto y armonioso; quieta y cilíndrica (en realidad, totalmente abollada).
A Ralph le dolió el agujero y a Sofía el chichón en la cabeza. El coche era un zurullo combado y arrugado. -Camioneta, cariño. Pickup.
-¿Dónde estamos?
Carlota seguía atontada y todos los ingenios de su padre no resolvían la dirección en la que se movían sus ojos.
Delante había una cantidad enorme de campo , verde y espeso , un par de árboles y el poco tráfico en la carretera, a un kilómetro escaso -después de salir por la ventanilla derecha, dados la vuelta y después de soltarse los cinturones con mucho cuidado-.
-Hubiese resistido mejor los envites la furgoneta gris metálico; la señorita quería una pickup inglesa, una pickup perrito caliente que ahora no sirve para nada.
-No protestes y escucha- Carlota frunció el ceño. Atisbó entre los árboles que crecían ladera abajo, cerca de un arroyo, a unos cientos de metros.
-Añoro una vaca entre los verdes prados -.Su padre se hundió en una curvatura extraña, 
Sofía Carlota preguntó si le dolía mucho y Ralph contestó que miserablemente.
-Y duele aún todavía mucho cuanto cerca están los Afiladores.
-Estás horrorizándome, papá, y no porque no uses palabras que se entiendan. ¿Se acercan? ¿Qué hacemos?
-Ocultarnos. Tú entre los árboles y yo en el arroyo. Aún tengo que explicarte algunos detalles. Central. Envíen un coche patrulla. ¡Y yo que coño sé en qué kilómetro nos encontramos! Cerca de Madrid. No es difícil encontrar uno de los putos pocos prados verdes brillantes que q
ue quedan por aquí, sin vacas y con árboles donde termina una pequeña pendiente de-. Cortaron la llamada. Ralph se sentó en una piedra.
-¿Vienen?
Carlota le dirigió a Ralph una mirada entre desesperanzada y compasiva y se sentó en la hierba. El corte en la frente no era profundo; en unas horas tendría unos cuantos moratones esparcidos por el cuerpo. Lo que le fastidiaba era pedirle a su padre el móvil para llamar a.
-Puedes usarlo, puedes usarlo. Con total tranquilidad. Pero yo esperaría a que tengamos un vehículo.
Carlota enarcó las cejas.
-Sí, exacto, si está en casa le dices que venga a toda prisa- Tienes unas ideas brillantes.
-Ya se te había ocurrido. No entiendo qué pinta Robert Piszli en nuestros asuntos familiares pregunto Carlota, durmiéndose a ratos.
-Aires nuevos y frescos y
buenas aptitudes-. Ralph se pasó la mano por el pelo. Central, olvídense de nosotros; les digo que... No me hacen caso, cariño -Ralph estiró los brazos con cansancio, con el móvil estirado sobre las rodillas, elegante y blanco -. Recojan el cadáver de mi coche y listo. No necesitamos nada. No, asistencia médica tampoco.
-¿Has cortado?
-Del todo. Anda, llama a ese Robert, en media hora se lleva al cine a la pegajosa de su novia.
-Papi, eres un amor. ¿El Espanto del Viento queda muy lejos? - dos ráfagas de aire culebrearon en direcciones opuestas.
-No mucho.¿Contesta?
-Salta el buzón de voz. Robert Piszli. Espera... Rob. Soy Sofía, Sofía Dunsley. Tienes que venir hasta -.Carlota miró a su padre.
-Dile que use el localizador -.Carlota se enzarzó con una estructura pálida y compungida.
-No entiendo.
-Da igual. Dile eso y está aquí en...- dirgió la vista a las agujitas del reloj en su muñeca izquierda-. En media hora.
-Que traiga a mamá, ¿no?
-Mamá se asusta con los Afiladores.
-Sabe lo de Los Trepanadores.
Un poco.
Julius cambió de postura sobre la piedra.Se acercaron a lo que quebaba de coche. El sol
calentaba, pero hacía frío y todo lo que quedaba de su aventura eran trozos de metal apretujados y lujuriosos.
-Me desmoronas la mente. Yo creo que deberían amedrentarse de tu vocabulario y marcharse a toda prisa; ¿de que sección dices que son?
-Aún no te he dicho nada.
-¿Cómo vais a sacarme de aquí? -inquirió Marta-. Creo que tengo algo roto.



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